Martin isidro de Santa Coloma y su tragico final....
Lean con atencion la suerte de Martin de Santa Coloma y su muerte,a minutos de seguir contandola.......... La muerte de estos mártires y beneméritos de la patria fue terrible, sanguinaria, cobarde y cruel, pero especialmente la del señor coronel don Martín de Santa Coloma, es de lo más ruin y cobarde. Finalizada la batalla de Caseros un grupo de soldados entrerrianos, buscaron al coronel Santa Coloma y al grito de acá está el coronel Santa Coloma, lo arrastraron de los cabellos, lo maniataron y lo dejaron estaqueado al sol. Cada tanto los guardias le escupían, lo insultaban y lo golpeaban, pero no lo mataron. Sabían que Urquiza lo andaba buscando.
A la mañana siguiente, el general Urquiza envió la orden de su ejecución por escrito: “Lo degollarán por la nuca”.
Inmediatamente se dio cumplimiento a la condena. La tropa se formó en círculo alrededor del coronel mazorquero bañado en sudor, sangre y bosta que le arrojaban a su paso.
Como más de uno quería ajusticiarlo, echaron a la suerte de las tabas quién sería el verdugo. El ganador fue el negro Martínez, paisano de Gualeguaychú, bizco y picado de viruela, con fama de cuchillero. El negro Martínez se sacó la blusa punzó y se ató la melena con una vincha. Despacio se acercó al coronel, como un carancho a su víctima. Con la zurda tomó del cabello al coronel Santa Coloma, que a esa altura era una masa informe. Apenas opuso resistencia. Martínez con un movimiento rápido sacó el facón del cinto.
El coronel se estremeció. “Quieto”, le dijo el negro Martínez, apretando las rodillas contra el cuerpo que temblaba espasmódicamente. Después calculó el golpe que, lento y preciso, cayó sobre la nuca de Santa Coloma. El cuchillo fue dibujando un surco rojo sobre el cuello pálido del coronel.
El negro Martínez, conocedor del oficio, lo contuvo con sus muslos, mientras con deliberada torpeza prolongaba el sufrimiento del mazorquero. La sangre salpicó el torso del verdugo; un líquido caliente y viscoso recorrió su cuerpo. El coronel gritaba, hasta que su propia sangre ahogó sus quejas.
De un golpe brutal, el negro Martínez arrancó de cuajo la cabeza del coronel, que siguió gesticulando por un largo rato mientras la tropa gritaba excitada por el espectáculo. El negro la alzó como un trofeo y la sangre de su víctima, roja y brillante, corrió por sus brazos. El cuerpo cayó pesadamente, desarticulado por la macabra danza de la Refalosa. Cansado por el esfuerzo, Martínez arrojó la cabeza cerca del cuerpo sin vida del mazorquero.
Ya los perros cimarrones y los chimangos se disputaban lo que quedaba del coronel Santa Coloma, cuando un caballero de levita y galera llegó al paso, preguntando por el oficial del regimiento. Éste se hizo pronto. Algo urgente debía traerlo a este señor, dispuesto a desafiar el agobiante calor del verano porteño con semejante atuendo.
-Permítame presentarme, oficial. Soy Juan Francisco Seguí, secretario del general Urquiza y traigo una carta del general para que me entregue al coronel Santa Coloma.
-O lo que queda de él –contestó el oficial, devolviendo la carta y señalando una masa informe arrojada a la vera del camino.
Francisco Seguí se apeó y caminó hacia el cadáver como hipnotizado, movido por una curiosidad morbosa. Los cuervos y caranchos volaron espantados por el hombre que avanzaba con cara de terror. Una nube de moscas cubría el cadáver, pero aún así entre el barro y la sangre coagulada reconoció el rostro de su amigo de la juventud. No pudo evitar sentir una bola de fuego que quemó su garganta. Seguí vomitó largamente sobre la furia desatada.
Entre el barro, la cobardía y el espanto terminó la vida del coronel Martín de Santa Coloma.
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